“No voy a buscar un volante central de recuperación, porque la pelota la vamos a tener nosotros la mayor parte del tiempo”. El anuncio, una declaración de principios acerca del estilo que había decidido darle a su equipo, podría haber sido humo sobre el césped. Pero Eduardo Coudet evitó declamaciones acerca del Racing que, a mitad de 2018, imaginaba para la temporada por venir.
Chacho hizo su parte y su elección para la posición de mediocentro completó el cuadro, una pintura impresionista de relieves notables. Porque Marcelo Díaz fue artista de detalles cuidados, pulcro, atento en su plenitud para detectar formas y colores convenientes.
Los números de Chelo durante sus tres años en el club, que acaban de concluir, dicen mucho menos que legado. Se va con dos títulos (uno de Liga y otro de Copa Nacional), 46 partidos y un gol, un resumen somero de una producción con mayores y mejores evidencias: a Díaz le corresponde el prestigio que da la memoria colectiva, capaz de condensar en episodios una carrera entera.
Su etapa en Racing convalidó los antecedentes que lo habían convertido en referencia en Universidad de Chile y en la selección de su país, en Sion (Suiza), Hamburgo (Alemania) y en Celta de Vigo (España). La pelota al 21 garantizó la primera herramienta en la elaboración de orfebrería: cuña entre los centrales, calibre para el pase al milímetro y radar para detectar compañero y lugar exactos para la recepción en ventaja.
Más cerca de Miguel Ángel Ludueña (campeón de la Supercopa 1988) que de Juan Carlos Rulli (certamen local 1966, Copa Libertadores e Intercontinental, hoy Mundial, 1967), Adrián Bastía (Apertura 2001) y Ezequiel Videla (Torneo 2014), Chelo siempre hizo fácil lo difícil, al extremo de habernos acostumbrado a lo extraordinario… la armonía en los movimientos de un volante posicional inspirados en Guardiola.
En la noche del 9 de febrero de 2020 vio lo aguja en el pajar cuando Darío Cvitanich, otro de sana obstinación, intuyó que la presión alta sobre el lateral izquierdo de Independiente podría generar dividendos. Leonel Miranda hizo maravilla sin pelota y Díaz quemó los manuales de la prudencia porque corrió 50 metros a despecho de una formación reducida a nueve hombres, recibió el centro y abrió el pie derecho para fijar la épica en el Cilindro sin fecha de caducidad. ¡Bienvenidos los insurrectos, porque ellos tendrán premio al coraje!
Dicen que la banana que comió antes de aquel suceso, mientras se movía sobre el césped, le repuso el potasio consumido por tanto desgaste físico. Chelo, otra vez, tuvo la intuición correcta: hombre de las artes, renovó el ícono de la fruta que Andy Warhol había consagrado como símbolo pop para ilustrar el álbum The Velvet Underground and Nico. Y la obra con la firma de Marcelo Díaz también es tapa, foto, póster y bandera para la eternidad.
(Prensa Racing Club)