Las imágenes transmitidas en vivo por la televisión dan la vuelta al mundo. Y en algún lugar lejano al Cilindro -Portugal, Francia, Qatar, Brasil, EE.UU. o cualquier otro; es un detalle sin relevancia- alguien las ve sin poder creer lo que sus ojos le muestran. La persona analiza la acción en movimiento mientras los hechos se suceden uno a uno y le es difícil no pensar que se trata de una puesta en escena carente de sentimiento. Le resulta realmente muy difícil creer de manera genuina en que todo aquello que transcurre en ese escenario, similar en forma a una arena de batalla romana, no forme parte de una muy evidente actuación al mejor estilo hollywoodense. Porque lo que le muestra la pantalla se asemeja a un espectáculo deportivo de gran relevancia, pero a nadie dentro del escenario colmado para la ocasión parece importarle lo que sucede en ese juego. Porque si los deportistas que están adentro de ese campo detrás de una pelota son 22 inmersos en el acto colectivo, solo uno de ellos parece destacarse y resultar imprescindible a lo largo de ese momento. Porque si la normativa del evento destaca como una de sus máximas principales que el juego dura 90 minutos, entonces en esta oportunidad debe haber algún tipo de equivocación puntual que haga dudar de la verosimilitud a nivel general: da la impresión certera de que todo lo que importa dura tan sólo 15. Y porque justamente en ese minuto exacto un hombre se va para que otro ocupe su lugar adentro del césped, pero el que sale es ovacionado de una manera tan indescriptible que en realidad la impresión que otorga la escena para el espectador neutral no es que esa persona se vaya, sino sigue ahí adentro aunque su posición ya haya sido ocupada. Y porque si lo que importa en un partido de fútbol como máxima es lo que se disputa adentro de la cancha, en este caso los ojos de todo el mundo se posan en lo que sucede fuera de los límites del terreno con esa persona señalada con el dorsal 15 y el «Lisandro» en la espalda, que es abordada y abrazada a su vez por otros con el nombre de «Lisandro» en la espalda. ¿Qué es lo que sucede entonces en realidad?, piensa la persona espectadora de la transmisión en ese momento. ¿Lisandro hay uno solo o son todos? ¿Por qué desde las tribunas lo único que puede verse es a gente que ríe y que llora al mismo tiempo mientras grita este nombre? Nada de todo lo que pasa parece tener sentido para ella. Y mientras el evento deportivo sigue con su desarrollo luego de ese momento particular y la atención de esta persona ya no se centra en lo que muestra la pantalla, una duda le queda dando vueltas en la cabeza sin que pueda despojarse de ella a pesar de que quiera hacerlo: ¿Quién es Lisandro López?
¿Quién es Lisandro López?
La salida del Estadio Tomás Adolfo Ducó no presentaba un panorama agradable para la delegación de Racing. Era un sábado por la noche y el equipo salió en fila silenciosa rumbo hacia su micro tras una derrota que le complicaba el panorama de cara al cierre de la temporada 2021. El resultado no ayudó y el juego no acompañó. No había nada en particular para celebrar en realidad. Pero mientras miraba de manera detenida la escena a ella no le importaba nada de lo que encerraba ese contexto. Ella esperaba otra cosa de esa noche tras el final del fútbol en Parque Patricios.
-¿Quién es Lisandro López, papá?, le preguntó con una inocencia teñida de expectativas y a la espera de una respuesta que le entregara la certeza que buscaba.
-Es el jugador de Racing, hijita. El Licha. Es el delantero…el pelado…pero si vos sabés quién es. Por eso me pediste que te traiga hasta acá. ¿O no?, le respondió él, con una expresión amigable abrazada por esa ternura amorosa que solo los padres que le hablan a sus hijos pueden esbozar.
-Sí,lo sé –le respondió la nena con una sonrisa cómplice y la atención puesta aún en la escena frente a ella, antes de continuar– Lo que quiero saber es si ya salió o no, porque lo quiero ver, le dijo mientras se acomodaba su camiseta de Huracán con un tono muy decidido para alguien de tan sólo siete años.
-Ahhh…pero entonces vos lo que querés saber es si ya pasó o no por acá. No es lo mismo, le respondió el padre mientras pensaba en que quizás cuando su Ángela fuera más grande podría llegar a amar al Globo como él o a emocionarse al escuchar la referencia hacia apellidos como Masantonio, Houseman o Brindisi. Pero que en este momento puntual de su vida y más allá de haber gritado juntos en la tribuna el gol que les había dado el triunfo, lo que su hija realmente anhelaba era otra cosa.
-Claro. No puedo ver si ya pasó o no por acá. Por eso te lo preguntaba…acordate de que vos me lo prometiste, le contestó con certeza la pequeña mientras seguía todo lo que pasaba con atención y trataba de mirar como podía por encima del vallado policial que separaba a la gente presente de los futbolistas.
–Sí, hija. Sé que te lo prometí. No te preocupes. Ya tengo el celular listo en la mano. Seguro vamos a poder, le contestó Daniel con algo de incertidumbre. El hombre entendía del peso de su palabra y comenzaba a incomodarse ante la posibilidad de que no pudiera cumplirla, mientras se cuestionaba en silencio el haber dado el visto bueno y veía de forma continua como los jugadores continuaban con su marcha hacia el vehículo.
-¿Estás segura de que no querés una foto con el que hizo el gol, o con algún otro de los chicos de nuestro equipo?, le consultó a modo de broma el progenitor, con la vaga esperanza de que la respuesta fuera otra distinta a la que ya sabía de antemano que iba a recibir.
-No. Yo quiero una foto con Lisandro, le respondió de manera directa. Y el padre entendió en ese momento que su niña no bromeaba para nada.
De repente y desde el interior del hall del estadio comenzó a divisarse una figura que cerraba la formación en fila de los académicos. Era la última persona en salir. Ya no quedaba nadie más. Licha López caminaba con la vista al frente y un rostro infranqueable hacia la entrada del bus. Daniel lo vio pasar en ese instante frente a él y acostumbrado como hincha a las mieles del fútbol que suelen supeditar en muchos casos las conductas humanas a los resultados, se quedó mudo e invadido por el miedo ante una hipotética respuesta que estuviera a tono con la derrota racinguista. Pero Ángela, que había pedido sentarse sobre los hombros de su papá, no pensó en nada más que en eso que quería. Y no dudó en ese instante:
-¡Licha, una foto! , expresó con la imperativa desfachatez propia de la niñez para hacerse oír ante el grupo de gente presente.
Lisandro se dio vuelta y la miró fijo por un segundo, para luego acercarse con una sonrisa hacía ese lugar. Se paró al lado de ella y saludó al hombre de manera gentil, mientras la escena era inmortalizada en una instantánea con el celular.
–Gracias por esto Licha –esbozó el padre con la alegría de haberse sacado un peso de encima–, te nombra más que a los jugadores de nuestro equipo. No sabés lo complicado que iba a estar si ella no se iba de acá con su foto junto a vos. Yo ya estaba transpirando, le señaló al goleador con una risa forzada por la situación.
El jugador le preguntó a la nena su nombre y luego la abrazó de modo cariñoso. Luego miró al hombre y le dijo unas pocas palabras que le transformaron el rostro para cambiar esa mueca nerviosa del inicio en una expresión sonriente, casi como si acabara de celebrar otro gol de su equipo. Y mientras la escena para el futbolista continuó antes de irse con fotos junto a cada una de las personas que aguardaban por él, Daniel y Ángela no se quedaron a observar esa escena. Ya no estaban ahí. Las siluetas de ambos cuerpos, unidas tan solo por la toma de sus manos, se divisaban a lo lejos y se fueron transformando en una sola sombra que se hizo cada vez más oscura y tenue, hasta que desapareció y se perdió dentro de la Avenida Amancio Alcorta.
¿Quién es Lisandro López?
Patricia lloraba de manera desconsolada y sólo se sostenía por el cordón de la calle en el que estaba sentada. El escenario que observaba ojos hacia afuera era triste, pero el que transcurría ojos hacia adentro era peor. No quería pensar más en eso que sentía para intentar estar un poco mejor al menos por un rato. La idea era que los sollozos momentáneos se transformaran en una pausa entre tanta lágrima arrojada sobre el asfalto del centro porteño. Pero cuando la orden del cerebro chocaaba de manera indefectible contra las imágenes que brotaban desde el alma, la batalla racional por un poco de calma se perdía por goleada. Por delante y por detrás de su figura el paso de la gente era avasallante. En hora pico durante la tarde de un día agitado y con el colapso habitual de una zona que suele estar signada por el vértigo, las personas que caminaban cerca de su posición la esquivaban como podían, mientras clabavan sus miradas en la mujer con más odio que amor. Pero a ella nada de eso le importaba. En realidad, ni siquiera lo registraba. Estaba en otra dimensión. En una realidad paralela, iluminada de celeste y de blanco, pero con su corazón cubierto en ese momento por un velo negro. Se encontraba perdida en su propio mundo, entendiendo bien lo que pasaba pero sin poderlo comprender muy bien todavía. Y su vista, borrosa entremedio de tanta gota, no podía dejar de posarse en el hotel que se hallaba frente a su cuerpo al cruzar la avenida. ¿Qué le pasaba? Nadie más que ella lo sabía. ¿Acaso le había sucedido algo ahí adentro? ¿O tal vez esperaba que saliera a saludarla alguna estrella de rock antes de dar un concierto? Solamente ella guardaba esa respuesta.
Era sábado 11 de diciembre del 2021 en la Capital Federal y las manos de Patricia sostenían una pequeña medallita un tanto despintada con los colores de Racing, junto a un pañuelito de papel enroscado a ella y que ya no podía absorber mucho más. La mujer era hincha de la Academia, como desde que tenía memoria. Y antes de eso, también. Porque su abuelo Pancho le había traspasado el amor por el gen racinguista desde poco después de su nacimiento, ese día en que el viaje en colectivo desde Munro hasta Avellaneda terminó con la entrega en manos del hombre del carnet de socia de la recién nacida, tal y como había hecho 28 años antes al retirar el de su hija Ana. Y aunque su sucesora no resultó ser muy unida a Francisco por la pasión futbolera, entre el abu y Pato la cosa fue distinta. Las charlas sobre la historia del club, los debates sobre tal o cual cambio, formación, entrenador o jugador resultaban a la altura de la institución o los incontables partidos vistos por los dos juntos en la platea baja del Cilindro se mantuvieron inalterables como una rutina de vida y de amor. Y cuando la salud del abuelo empeoró, Patricia se iba sola al Cilindro a ver los juegos, para luego volver a la casa y charlarlos con su Tata querido, que los miraba por televisión. Una tarde de mediados de junio de 2003, la joven volvió particularmente emocionada a su casa desde el estadio. Un pibe de gran desempeño en las inferiores y en la Reserva había debutado en la Primera del club ante Vélez y ella, que ya lo había visto jugar en el Predio Tita Mattiussi, intuía que Lisandro López y su fútbol serían temas de conversación recurrente entre la nieta y el abuelo durante mucho tiempo. Pero al llegar al hogar su madre le dio la noticia de que Francisco había fallecido de manera repentina. En la cama y en silencio tras dormirse y ya no despertar, pero con su medallita racinguista de toda la vida sostenida en una de sus manos.
Las promesas suelen hacerse para ser cumplidas y Patricia tuvo una muy presente luego de la partida de su Tata: seguiría a la figura de aquel pibe que había visto debutar ese día de cualquier forma que le fuera posible, para poder dialogar siempre con Francisco puertas adentro de su corazón al respecto de él y de su amado Racing. Y a lo largo de los años mantuvo inalterable lo que había jurado con el alma. Acompañó a la Academia y a Lisandro a cada cancha del fútbol argentino sin importar lo que sucediera o hubiera que dejar de lado. El dinero, las situaciones y las personas siempre quedaron en un segundo plano al lado ante su decisión de acompañar a los colores y a la persona. Cuando la figura del entonces pibe de Rafael Obligado se hizo tan grande que trascendió las fronteras del país para desembarcar en Europa, la mujer se halló ante una gran tristeza. Pero en tiempos en los que internet aún no estaba al alcance de todo el mundo, siempre consiguió la manera de poder seguir de una forma u otra cada uno de los partidos que jugó Licha en sus equipos, mientras que continuó con su peregrinaje hacia el Estadio Presidente Perón y hacia cualquier otro en el que le fuera posible seguir a su equipo.
La vuelta del hijo pródigo a Avellaneda en el 2016 supuso una mayúscula alegría para Patricia, sólo comparable con la que le había ocasionado un par de años antes de ese momento el título conseguido ante Godoy Cruz. Los siguientes fueron tiempos signados por una alegría doble para ella: los dos campeonatos logrados entre el 2018 y el 2019, junto al fenomenal nivel futbolístico que se encargó de mostrar quien terminó por transformarse en capitán, referente e ídolo. Lisandro López brilló e hizo brillar al equipo. Y detrás de ese fútbol reluciente siempre estuvo ella. A la distancia y en silencio, acompañando de manera incondicional tanto a Racing como al jugador. Porque así lo creía. Porque eso es lo que sentía. Porque eso le había prometido a su querido abuelo. Más allá de todo y vaya a saber porqué ella decidió nunca conocerlo en persona, a pesar de que tuvo mil y una ocasiones como para poder obtener una foto junto a la persona que de una u otra forma había seguido de forma incondicional a lo largo de casi dos décadas ininterrumpidas. El agradecimiento de ella para con Licha siempre fue distinto y especial. Fue un amor gritado en silencio a los cuatro vientos.
Ya no faltaba mucho para que comenzara el partido entre Racing y Godoy Cruz en Avellaneda. Era la tarde de la despedida definitiva de Lisandro con la camiseta del club. Ella lo tenía muy en claro. Ninguna de las personas que la habían estado esquivando a lo largo de ese largo rato lo tenían presente, pero Patricia sabía que ese era el tiempo del adiós. Lo supo desde el momento en que se había sentado en esa porción del cordón de la calle a mirar el frente del hotel de concentración académico sin poder parar de llorar. Y en cuanto el micro que trasladaría al equipo al estadio apareció, supo que había llegado el momento de irse. Se levantó en silencio, miró por última vez hacia el frente, se secó las lágimas una última vez, besó la medallita que sostenía en sus manos con una sonrisa y tras caminar hacia la esquina del lugar se subió a un colectivo con rumbo hacia el Cilindro.
¿Quién es Lisandro López?
Lisandro López es ese que sale ovacionado como nunca por el centro de la cancha tras el pitazo del árbitro Abal, para que lo reemplace Correa y el partido de Racing ante Godoy Cruz continúe en el cierre del campeonato para el equipo. Licha lleva el número 15 en la espalda y llora sin poder evitarlo, mientras gira sobre su propio eje como un bailarín clásico para saludar por última vez a su gente con la mano derecha levantada y la izquierda apoyada sobre el corazón. Peregrina despacito por la cancha para buscar a los socios afectivos más cercanos que tuvo a lo largo de sus últimos años de aventura futbolística en el club y comparte con ellos, uno a uno, abrazos de esos que explotan desde el alma y que encierran mucho más que una simple forma de saludarse con otra persona. Es que Lisandro nos demostró justamente eso: ser tan humano como cualquiera. Como le puede sucede a cualquier persona en su vida diaria, el hombre pasa de la risa a la lágrima en tan solo un momento, mientras se sienta en el banco de suplentes junto a sus todavía compañeros sabiendo que no repetirá nunca más esa vivencia con la camiseta de su club. Y aunque se quiebre por dentro, por fuera se muestra tan entero como puede. Porque esa es la manera de seguir adelante cuando se siente que no se puede continuar. Por eso y aunque él mismo reniegue de la condición, es justo mencionarla ya que se la ha ganado: Licha es nuestro héroe. Pero el más humano de todos ellos, tanto adentro como afuera de una cancha de fútbol.
Lisandro se fue y volvió varias veces. Pero la tercera fue la vencida. Esta vez no habrá regreso. Y si bien se dice por ahí que aunque la presencia de los héroes no sea eterna lo que perdura para siempre es su obra cuando ya no están, el adiós no deja de ser menos triste. Quizás por eso nos duele tanto su partida. Pero al mismo tiempo nos alegra el hecho de haber disfrutado de su presencia. Porque si el hecho de haberlo visto dejar ayer el Cilindro por última vez tal vez nos haga imaginar como sería nuestra despedida propia de ese lugar que nos llena el corazón, al mismo tiempo la constante evocación de sus hazañas deportivas y de su calidez humana nos van a remitir al orgullo más profundo de la esencia que representa el hecho de ser de Racing. Tenerlo presente nos va a hacer darnos cuenta aún más de lo sabemos que significa nuestro club: una risa, un llanto, una pirueta mágica en la noche capaz de transformar tristeza en alegría, amor incondicional y la vida misma, con sus idas y con sus vueltas. Y sólo las leyendas son capaces de lograr eso. Ese es Lisandro López.
(Prensa Racing Club)