Femenino Racing: Verdad y justicia… ¡Presentes!

Racing

Carlos D’Elía repasa con exactitud cada detalle y podría hacerlo las veces que fuesen necesarias. A los 17 años, en plena efervescencia adolescente, a Carlos le tocó un número que cambió su vida. «Fue un antes y después a partir de ese momento», dice en la charla con el plantel de Primera y el cuerpo técnico del equipo femenino, en la cancha de césped sintético del Predio Tita. En un lugar fundacional para Racing, Carlos, el 52° nieto recuperado por las Abuelas de Plaza de Mayo, recuerda aquel corte, pero también lo que precedió y lo que sucedió a aquel suceso que le restituyó su apellido de origen por decisión judici en 1998: D’Elia Casco, hijo biológico de Yolanda Iris Casco Ghelfi y Julio César D’Elia Pallares, un matrimonio uruguayo secuestrado el 22 de diciembre de 1977, desaparecido desde entonces.

Carlos, socio con abono en el Cilindro, agradece la invitación para hablar de «la identidad en un lugar tan especial que identifica a cada hincha de Racing» y se elige las palabras como un orfebre. Celebra la memoria, en especial ante «jóvenes que seguramente son la garantía de que nuestro país jamás volverá a tener un Estado represor gobernado por una dictadura que hizo del crimen una política sistemática. Sé que todo eso no volverá a pasar porque las generaciones posteriores a 1976 asumieron un compromiso con la revisión de todo lo sucedido». La memoria colectiva se compone de memorias particulares; la de Carlos resulta ejemplar en un mosaico complejo y generoso, que le tocó construir sin manuales para la emergencia.

«Llevaba una vida normal, feliz, con mi familia de crianza. No había ningún indicio para la sospecha, porque el único episodio que me había tocado atravesar fue una extracción de sangre, mucha, a los 8 años, a la que fui contento porque mi papá me había dicho que eran estudios para poder jugar al fútbol, algo que yo quería con toda mi alma. Parte de esa sangre quedó en el Banco de Datos Genéticos y fue la que se usó para dar con mi identidad biológica, en 1994. Eso sucedió a los 17 años, cuando las Abuelas avanzaron en la búsqueda a partir de mi partida de nacimiento firmada por el médico policial Jorge Bergés, algo que se repetía en varios de los casos de nietos recuperados, y de una denuncia anónima acerca de mi identidad que les había llegado», señala. Carlos, aquel pibe de 17 años hecho un manojo de bronca, desconcierto, incredulidad y dolor, «solo quería ver a mis padres de crianza, que estaban detenidos. No entendía nada de lo que estaba pasando. Es más: el juez Marquevich, a cargo de la causa, ya había resuelto que yo debía ir a Urugauy para quedarme con mi familia de sangre».

Con paciencia de Abuelas, la nueva filiación de Carlos, la original, lejos estuvo de generar revanchas. «Es tan maravilloso el trabajo que han venido haciendo que está mucho más allá del dolor y del desquite. En mi caso, como con cada uno que le ha tocado llevar adelante, supieron respetar mis tiempos, jamás forzaron nada y se opusieron a la decisón judicial de mi traslado inmediato a Uruguay», comenta Carlos, en un perfecto resumen de soberanía individual: nadie mejor que él para entrender qué pasaba por su cabeza y su corazón y qué decisiones debía afrontar.

Fue, en términos que Carlos seguramente comparte, un paso a paso de reconstrucción. «Me llevó mucho tiempo acomodar todo, ubicarme en una situación que jamás habría imaginado. Mis viajes a Ururguay se fueron haciendo frecuentes y allí encontré mucha gente, familia, amigos de mis padres biológicos, que me entendieron, que no apuraron nada y supieron acompañarme. Me dieron tanto amor que fue y es hermoso incorporarlo a mi vida. Y a la vez también me tocó rearmar el vínculo con mi familia de crianza, a la que supe perdonar sin rencores porque también me educaron con amor. Sé que puede parecer raro, pero en esto no hay fórmulas ni dogmas. Conozco muchos caso de nietos recuperados que fueron maltratados por su familia de crianza y de otros casos que nietos que siempre tuvieron sospechas de su origen y eso los llevó a iniciar la búsqueda de la propia identidad. Y, a la vez, hay otros casos de nietos que no pudieron establecer lazos con su familia biológica y conservaron un vínculo pleno con la de crianza. Yo hice lo que entendí que debía hacer, sin detenerme ni ocuparme de las opiniones ajenas», amplía Carlos. 

«Diez años pasaron hasta que un día, a los 27, en una charla con mi abuela paterna Renée, empecé a sentir un fuego interior que me devoraba, una necesidad de indagar y llegar a conocer todo de mis padres biológicos. Si bien en todo el proceso anterior ya había incorporado y conocido muchos detalles, esto era diferente. Aquella charla con mi abuela se prolongó muchas horas y después la reconstrucción empezó a sumar todas las piezas: estuve en el Pozo de Banfield y llegué a la cocina donde mi mamá, esposada, me dio a luz; fui dos veces a ver al médico Bergés, una en el penal de Magdalena y otra en su casa cuando ya tenía arresto domiciliario, que siempre se negó a recibirme; di testimonio en juicios, y se empezaron a suceder charlas como esta», completa Carlos. Inés, su esposa, y sus hijas, compañía en la tarde y en tantas ocasiones en las que Carlos expuso su historia en colegios, universidades y foros, atestiguan con la mirada. Y cuando a Carlos se le anuda la garganta y la voz se le vuelve trémula, con capaces de contener con idéntica emoción… la que gobierna en el Predio.

 

(Prensa Racing Club)