Eternamente Pizzuti | Racing Club

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Hoy se cumple el primer aniversario de la partida física del apellido quizás más destacado de toda nuestra historia deportiva: Pizzuti. Tito, o simplemente José, dejó una marca imborrable en nuestro club que fue, es y será evocada por cada generación de racinguistas. Consagrado como jugador y también como técnico, se ganó el mote de leyenda al catapultar a Racing hacia un lugar igual de legendario: la cima del mundo. Gracias toda la vida, querido Tito. 

Nunca está de más el recordar el siguiente detalle que no es para nada menor: Racing Club cuenta en su haber con 117 años de vida de una riquísima historia y un pasado repleto de gloria. Y como eso ya es sabido, es también irrefutable el hecho de que luego de tantas jornadas a lo largo del tiempo fueron construidas por una larga lista de galería de símbolos que forjaron la identidad del club, desataron el amor de multitudes y le entregaron a nuestra institución la grandeza de la que todavía hoy disfruta. Nuestra historia no empezó ayer y merece ser contada, ya que es fundamental conocerla para saber quienes somos y hacia dónde vamos. Por eso, como homenaje respetuoso y como saludo eterno, se recuerda a éstos grandes en las fechas que ya les pertenecen. A los ídolos académicos, simplemente gracias. Ayer, hoy y siempre.

Él mismo se encargó de definirse en más de una oportunidad como un «obsesionado del gol». Y esa autoproclama nunca surgió desde la soberbia. Juan José Pizzuti siempre fue un tipo especialmente reservado y medido con los calificativos. En especial con aquellos en los que hacía referencia hacia sí mismo. Pero en este caso esa carácterística distintiva señalada a modo de halago sobre su persona hacía referencia a eso que lo distinguió de pies a cabeza, tanto desde el pensamiento como desde la acción, a partir del momento en que pudo empezar a entender del disfrute que significaba patear una pelota para jugar al fútbol. Quizás haya sido esa brillantez de poder traducir en la práctica lo que imaginaba desde el pensamiento lo que terminó por transformarlo en un estratega brillante, que hizo posible lo que parecía imposible tanto de un lado como del otro de la línea de cal. Definitivamente el rótulo de leyenda no es para cualquiera. Pero a Tito no hay otra manera de describirlo que no sea de ese modo.

Forjado al calor del barrio porteño de Barracas donde nació el 9 de mayo de 1927, estaba llamado a hacer historia en el fútbol. Porque fue delantero, volante y goleador prematuro cuando surgió en Banfield, donde debutó en 1946. Tres años después de su aparición sumó 27 festejos y terminó primero entre los artilleros con una versatilidad poco vista hasta ese momento. Aunque arrancara desde atrás, marcaba con gran facilidad. El gol siempre estaba en su horizonte. Por eso se lo llevó River en 1951, pero por poco tiempo: en 1952 llegó a la Academia para forjar una relación para siempre, un amor eterno y fuera de todo tiempo. En 1953, en la temporada siguiente, otra vez fue goleador del torneo (con 22 tantos compartió el liderazgo con Juan Benavídez, de San Lorenzo). Un breve paso por Boca (se fue en 1955 y regresó en 1956) fue el preámbulo para la consagración con la casaca racinguista, que llegaría en forma de títulos tanto en 1958 como en 1961. Tito, adelantado a su tiempo, anticipaba lo que vendría. Porque adaptó su juego con un paso de la delantera al mediocampo que le agregó un toque cerebral de distinción al fútbol y que le sirvió para estampar su firma junto a una formación que está dentro de las más distinguidas de las páginas de Racing en toda su historia: la que compuso con Oreste Omar Corbatta, Rubén Sosa, Pedro Mansilla y Raúl Belén. Fue un rey con la pelota en los pies, como más tarde lo sería también desde el banco.

Entre 1962 y 1963 confeccionó sus trazos finales como futbolista en Boca (dio otra vuelta olímpica en el primero de esos dos años), con números de asombro. Porque se retiró con 182 goles en 349 partidos, de los cuales 118 en 215 juegos fueron en la Academia, con una media superior a un tanto cada dos presentaciones. En la Selección Argentina su desempeño no fue menor tampoco, porque se anotó como uno de los protagonistas de la conquista del Sudamericano de 1959, con la victoria en la final frente al Brasil campeón mundial 1958 de Pelé.

No demoró en ponerse en buzo de DT, la vestimenta habitual del entrenador en aquellos tiempos. En 1964 arrancó en Chacarita y, de inmediato, en 1965, llegó a su casa para sacar a Racing de una situación incómoda en la tabla dentro de un contexto institucional sin holguras. Y Tito metió mano de orfebre para confeccionar su obra maestra. Porque sin temores ni prejuicios acerca de las edad de los intérpretes, les dio alas a varios pichones que querían levantar vuelo, por caso Perfumo, Alfio Basile, Rubén Díaz y Juan Carlos Cárdenas. A la vez, no desdeñó la experiencia al confiar la conducción en campo al talento de un Humberto Maschio que había regresado a Avellaneda tras años de destacado roce europeo.

Los laterales al ataque en simultáneo, pelota parada en altura, superpoblación ofensiva con apariciones que rompían desde atrás y sin posiciones fijas, con un condimento gourmet, que consistía en un ritmo de asfixia que sometía al rival. Aquel plantel que tuvo como prioridad estabilizarse y evitar sobresaltos en el torneo, desfiló en el campeonato de 1966, fijó un hito de 39 encuentros invicto (sigue como el mayor registro en Primera como continuidad de un técnico, porque en los 40 del Boca de Carlos Bianchi, de la temporada 1998-99, los primeros cinco corresponden al interinato de Carlos García Cambón) y se proyectó internacionalmente, con la Copa Libertadores y la Intercontinental en 1967. Aquellas tres finales legendarias entre octubre y noviembre frente a Celtic escocés representaron el primer cetro mundial para un club argentino, tal como lo reconoció la FIFA en 2017.

«Tito nos mandaba a todos al ataque porque era soltero. Total, si perdía y lo echaban, se las podía arreglar», decía, cómplice, Roberto Perfumo, el inolvidable Mariscal, cuando definía, con ironía, un estilo de juego que marcó una época. Por ambicioso, por su propuesta generosa, por vanguardista -por sus movimientos en ataque, sin posiciones fijas, se lo identifica como el antecedente remoto de la revolución generada por Rinus Michels, en Ajax y Holanda de la primera mitad de la década de 1970-, Juan José Pizzuti dejó una marca histórica en el fútbol, no sólo de Racing Club, sino de Argentina, América y el mundo entero.

En este día en que se cumple el primer año sin su presencia física tras su muerte a la edad de 92, se impone un recuerdo que exceda la melancolía y transforma este sentimiento en el de un orgullo mayúsculo bañado de respeto y de admiración. De tal dimensión es su obra como futbolista y como entrenador de Racing, que evocar simplemente a su apellido o al «Equipo de José» sirven como sinónimos para hacer referencia a la institución misma. Así de grande es la magnitud que tuvo, tiene y tendrá Pizutti. Por siempre. Eterno. En la memoria colectiva del pueblo racinguista, en los privilegiados anales de la historia futbolística -del país, el continente y el mundo- y en las páginas doradas más gloriosas de nuestra historia. Casi resulta imposible describirlo con palabras. Pero hay una que lo define con simpleza y perfección: Tito. 

Gracias eternas Juan José. Gracias por siempre Pizzuti.

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(Racing Club)