Con la camiseta bien puesta | Racing Club

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Diego González salió a la cancha a jugarle el partido de igual a igual a este presente signado por el coronavirus. El jugador académico unido a su familia y a algunos amigos encabeza una cruzada solidaria que ya realizó donaciones en hospitales y barrios del conurbano durante la pandemia. Y va por más.   

La pelota le dio la chance de conocer el mundo entero. El esfuerzo diario amparado en una carrera profesional de casi quince años de trayectoria le permitió llegar a abrirse camino lejos de su suelo natal, más allá de haber comenzado bastante cerca de él. Pero a pesar de los lugares que le permitió recorrer su vida con la pelota debajo del botín, nunca dejó de lado aquella sensibilidad que se palpa de manera especial en los barrios. Nació en Lomas de Zamora, se formó futbolísticamente en Lanús, vive en Canning y su presente deportivo lo une desde hace varios años a La Academia, en Avellaneda. Definitivamente Diego González es un tipo que conoce el conurbano bonaerense y que lo nunca dejó de lado, a pesar de que los caminos de su vida lo hayan alejado de él cuando por circunstancias de trabajo se trasladó a otros puntos de la Argentina o a otros países. Pero no nació en cuna de oro, como indica el dicho popular relativo a quienes carecen de necesidades. Caminó en más de una ocasión por las calles de tierra y sabe lo que es embarrarse las zapatillas tras esos cruces zigzagueantes y que se hacen a los saltos mientras se esquivan charcos cuando llueve. Por eso hizo algo concreto para ayudar a quienes más lo necesitan, firme en su convicción.

“Esto se hace desde el corazón y sin la búsqueda de ningún tipo de beneficio, ni de sacar ventaja de ningún tipo. Simplemente por el hecho de poder colaborar con un acto de beneficencia y de ser solidario con los que están pasando un momento muy difícil como el que hoy toca vivir”, dice el oriundo de zona Sur con seriedad y emoción en partes iguales cuando habla de este presente en tiempos de cuarentena que le da un sentido diferente a sus días y a su vida. El jugador decidió emprender junto a su esposa y a dos amigos una cruzada solidaria de donaciones tanto en hospitales como en comedores ubicados en varios puntos del Gran Buenos Aires y que no se detiene a pesar del avance de la pandemia del COVID-19. Cambió el terreno de juego y este rival ha planteado un partido más que complicado. Pero el Pulpo nunca lo dudó. Jamás titubeó. Se puso la camiseta una vez más, salió a la cancha de nuevo y comenzó a jugar de nuevo, para demostrar desde la acción que las voluntades individuales que apuntan a un bien común y son llevadas a la práctica resultan ser la forma más directa de realizar una transformación colectiva.

   
La unión hace la fuerza (solidaria)

Las grandes gestas pueden emprenderse desde el accionar personal que cada quien decide llevar a cabo. Pero sabido es también que si en el camino de este viaje se coincide con otras personas cuyas aspiraciones tengan coincidencia con la propia, la acción transformadora puede tomar entonces un carácter multiplicador. Y si de lo que se habla es de apelar a cambiar, al menos de manera parcial, la realidad de quienes pasan por una situación tan complicada como la carencia de recursos básicos en medio de una pandemia de carácter mundial, el factor de la solidaridad aparece como el elemento central dentro de una fórmula en la que el resultado siempre da en positivo. En especial, si la gente que acompaña es tu compañera de vida junto a tus amigos, como le pasó a Diego. “Un día estábamos junto a mi esposa Anabella viendo la televisión y tomando unos mates, ni bien empezó la situación de la pandemia, y al ver las noticias en la televisión nos dimos cuenta de lo que estaba pasando con la gente en los hospitales y en los barrios. Entonces empezamos a seguir el tema también por las redes sociales y vimos algo que nos gustó sobre una persona que había hecho una donación dirigida a los hospitales y eso nos motivó a hacer lo mismo. En un principio nos íbamos a acercar para sumar algo a esa misma acción, pero después decidimos lanzarnos por nuestra cuenta y con nuestros propios recursos, para poder dar una mano solidaria a quien la necesitara”, cuenta el Pulpo respecto al leitmotiv constructor de esta nueva realidad que ha transformado sus días y sus motivaciones desde hace casi cien días. Y para entender que el cambio empieza por casa pero luego también puede darse en la puerta de al lado, el partido que la familia González decidió encarar, con la cinta de capitán en el brazo derecho del Pulpo, contó con el apoyo de un gran equipo formado por Pablo Ruscito y Juan González, dos amigos del jugador, que fueron fundamentales para bancar el juego en los momentos complicados y sostener el resultado hasta poder cantar victoria. “En un primer momento nos acercamos al Hospital Oñativia de Rafael Calzada y luego también nos acercamos al Lucio Menéndez de Adrogué y al Güemes de Haedo. Empezamos a buscar precios y a comprar insumos de primera necesidad que les sirvieran a estos lugares: alcohol en gel, lavandina, barbijos, camisolines y otras cosas utilizables dentro de una institución médica. Y a medida que buscábamos las cosas, se acercó Pablo. Es un amigo a quien le gustó el lugar solidario que decidimos ocupar y se puso a disposición, sumándose a la causa”, explica el hombre de 32 años que casi sin tomarse respiro también se refiere al otro ladero dentro de esta autogestionada chance de ayudar a quienes menos tienen: “Cuando de manera interna y en un grupo de gente muy cercana hablamos sobre el hecho de expandir nuestra actividad para seguir colaborando con la gente, se unió también Juan; otro amigo de la zona que fue fundamental para esto desde entonces y hasta el presente. El se sumó a nuestro equipo, si se lo puede llamar de esa forma”. Y sí, la realidad indica de manera más que atinada que no hay otra forma de llamarle a esa unidad colectiva.

Como Pulpo en la neblina

Acercar insumos hospitalarios a algunos de los centros de asistencia médica más concurridos del conurbano fue solo el comienzo. Diego y los suyos sabían que aún se podía hacer mucho más en favor de la gente necesitada. Y el siguiente paso fue mucho más ambicioso todavía: ir a los barrios; allí a donde hiciera falta dar una mano. Aunque no se tuviera mucha idea de a dónde se iba, se tenía en claro lo más importante: cuando se despliega solidaridad, todos los caminos conducen a las personas al mismo lugar. “Después de dar ese primer decidimos enfocarnos un poco más en la gente que está atravesando un momento difícil, que quizás no puede salir a trabajar y que pasa hambre. De esta forma decidimos ir con Pablo a recorrer un lugar cercano a la localidad de Canning, que es donde vivimos nosotros, como lo es el Barrio Numancia de Guernica. Cuando llegamos ahí, lo empezamos a transitar sin ninguna información de qué lugar podría llegar a estar funcionando en la zona como para ayudar a la gente. Empezamos a caminarlo un poco, poniendo atención al hecho de poder llegar a ver algún comedor o merendero. Y más allá de las vueltas que dimos no podíamos encontrar ninguno. Hasta que nos informaron que había un lugar en el que la misma gente del barrio estaba ayudando a los vecinos del lugar con la realización de ollas solidarias, sin ser ningún tipo de organización de ayuda en especial. Así que nos dirigimos hasta ahí, hablamos con los responsables y al interiorizarnos un poco y ver las dificultades que tenían para poder conseguir el alimento, decidimos entre nosotros que el lugar para colaborar era ese. Y nos pusimos a trabajar”, concluye de manera directa el hombre que 32 años, para que quede bien en claro que el ayudar en este contexto resulta tan imprescindible como el contar con alguien al lado que oriente en la misión. Es por eso que González no deja de destacar la tarea realizada por la gente que apoya la causa desde el primer día como también de quienes se sumaron con el paso de las semanas, mientras relata con lujo de detalles la última excursión del grupo del pasado sábado al barrio La Unión de Ezeiza, para dejar allí no solo alimentos sino también ropa de abrigo de lo más diversa. El invierno ya se hace sentir y en momentos así, más allá de la zona de mayor o de menor confort dentro de la cual se pueda vivir, siempre hay alguien que necesita de esa mano amiga que acerca dignidad. Esa que no solo abriga o llena la panza, sino que también cobija directamente el corazón como una cálida manta en medio de la noche. Y eso es recíproco como bien lo sabe el Pulpo entre la lágrima y la mueca de felicidad: “El agradecimiento… hoy no se puede abrazar debido al distanciamiento social que hay que mantener. Pero sin dudas de que hay muchas personas a las que me gustaría expresarles mi gratitud de ese modo, como también hay otras que nos dicen ´me encantaría poder abrazarlos para agradecerles por esto que están haciendo´. Y el ver cómo llora la gente cuando recibe las donaciones…nada…es algo que te parte el alma. Pero al mismo tiempo genera un sentimiento de alegría en nuestro interior, por saber que estamos haciendo las cosas bien”.

Salir a jugar, salir a luchar

Si se lo analiza desde una perspectiva amparada la belleza en sí misma de la acción multiplicadora, ayudar a otra persona en un momento de necesidad en cualquier barrio del conurbano o del país puede ser equivalente a un grito desaforado de gol o a esa observación casi atónita del caño bien jugado adentro de la cancha. Y es que la acción que desde un lado de la línea de cal despierta la admiración por parte de multitudes luego su concreción por parte de una sola persona, desde el otro lado de la misma, materializada dentro una barriada popular o en un comedor, activa la suma de voluntades colectivas en consecuencia de una acción orientada ni más ni menos que al bien común. La solidaridad entonces es gritar un gol desde el corazón. Y dentro de un partido que se juega a diario con uñas y dientes, saber que se integra el mismo equipo es fundamental: “Hay gente del ambiente que se comunicó conmigo para colaborar. Y eso es algo que emociona. Desde compañeros como Gaby Arias, que se pusieron a disposición para lo que fuera necesario, como colegas de otros clubes. Martín Lucero, por ejemplo, donó una gran cantidad de mercadería que luego logramos distribuir”, dice Diego para dejar más que claro que en este caso todo el mundo tiene puesta la misma casaca. Y para que se entienda el hecho de que el significado de la acción está por encima de los nombres propios, el hombre de La Academia explica que este proyecto no se vislumbra solo como una acción circunstancial aplicada al auxilio momentáneo. La idea es seguir. Las ganas de ayudar siguen presentes, porque ahora y desde adentro se sabe más que antes que la ayuda que se necesita es mucha. Por eso el Pulpo cree en la función multiplicadora de la solidaridad. Y mientras invita a que toda la gente que quiera colaborar le escriba (el contacto es mediante mensajes a @diegoh.gonzalez , su cuenta oficial de Instagram), explica que para él lo que se persigue está por encima de todo lo demás. “Yo con esto no busco que se diga ´Uy, mirá qué buena persona el Pulpo´ o ´mirá qué buen tipo que es´. No. Ese no es fin de esta causa. A lo que apuntamos es que muchas personas que puedan tener la posibilidad de colaborar y quizás no se animen a hacerlo, se den cuenta de que pueden sumarse a esto. Y si para eso suma mostrar lo que hacemos, bienvenido sea entonces. A mí me pasó eso en su momento: ver el panorama tanto en la televisión como en las redes sociales me incentivó a hacerlo. Por eso también buscamos motivar a los demás, para que quienes lo deseen, sepan que desde su lugar pueden hacer algo tan importante y grande para quienes lo necesitan. Es lo único que busco y que quiero”, concluye el bonaerense, antes de pedir disculpas por el cierre de la entrevista. Es que a pesar de sea temprano y de que haga frío, la camioneta está llena de nuevo. Llegó el momento entonces de salir rumbo hacia un barrio otra vez. La gente lo necesita y lo espera. Y con eso, a diferencia de con la pelota, no se puede jugar. El Pulpo lo sabe. Por eso se pone la camiseta, abraza uno por uno a cada integrante de su familia, los mira con una sonrisa y sale a la calle una vez más.

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